miércoles, 30 de marzo de 2011

Hermes, "El proceso" y Zizek

Si existe la esencia del alma, la mía es sencillamente burócrata. Es decir, mi propia entropía está conformada por un estructuralismo extremo. Y no es una contradicción, ¡son las dos caras de Jano!. Entonces, me manejo con una conciencia matemático-cartesiana cuyos males en la vida son un resumen de tarjeta de crédito con una compra cargada que nunca realicé, una nota de una materia aprobada en la facultad que no aparece en el sistema o un débito duplicado en un préstamo personal. Pero muchas veces me pregunto cual es el rol de la burocracia, que es ser un burócrata. ¿Fue solamente la URSS un Estado burocrático? ¿No son todas las naciones, del mismo modo, producto de la "voraz" burocracia? Leyes, decretos, sanciones, convenios. Listas de precios, contratos de trabajo, boletines oficiales. Seguros de todo tipo. Números: carnet de asociado de una obra social, de un club de fútbol o de una ART. A riesgo de no salir nunca de este laberinto, encontré una luz en Slavoj Zizek para entender un poco más de que se trata todo. Si bien su objetivo no es desasnar dudas acerca de estos conceptos, lo logra mediante "El sublime objeto de la ideología"*. En este texto, más precisamente en el capítulo "Cómo inventó Marx el síntoma", Zizek habla acerca de conceptos tales como el fetichismo de la mercancía, la máscara ideológica o del mundo estructurado en fantasía. ¿Cómo defender, desde estos términos, la idea de una burocracia omnipotente? Fácil. Como punto de partida, tomar la noción de fetichismo en el ámbito de lo social. Simplificando la ecuación, se puede mencionar lo siguiente: en el intercambio comercial, un billete de $ 100 vale más que un kilo de bananas. Si uno se detiene a pensar, la utilidad o valor intrínseco de cada uno es claro: el primero, antes de adoptar la forma monetaria, es un simple papel. Por su parte, el kilo de bananas sirve para una necesidad alimenticia que incluso puede formar parte de una dieta primaria. Más allá de esto, y de ser concientes de ello, en el intercambio actuamos "como sí" ese billete valiera por varios kilos de la fruta mencionada: somos fetichistas en la práctica, mas no en la teoría. Y es esto a lo que apunta Zizek. Sabemos racionalmente que la burocracia no es todopoderosa, pero actuamos efectivamente con la creencia de que si lo es. La realidad social se apoya en un "como sí": como si el presidente fuera la voluntad popular, como si la burocracia fuera omnipotente. En cuanto se pierde la creencia, la realidad social se desintegra. "La creencia sostiene la fantasía que regula la sociedad" remarca Zizek. Y entonces toma el ejemplo de "El Proceso" de Kafka: se aduce que el autor checo exagera con la imagen de lo burocrático, pero la puesta en escena de la fantasía opera en la realidad social. Y esa realidad social se apoya en la fantasía ideológica. Posteriormente, Zizek utiliza a Pascal y su concepción de que no obedecemos por convicción: no es obediencia real, ya que está medida por nuestra subjetividad. No obedecemos a la autoridad, sino que seguimos nuestro arbitrio, que nos dice que a la autoridad hay que obedecerla porque es buena. "Encontramos razones que justifican nuestra creencia porque ya creemos, no es que creamos porque hayamos buenas razones para creer", apunta el autor. La respuesta final de Pascal: abandona la argumentación racional y sométete al ritual ideológico. Por último, no me olvido de Hermes. Porque no hay más que ver un capítulo de Futurama para entender de qué hablamos cuando hablamos de burocracia. Simplemente, hay que levantar en andas a este personaje. *Zizek, S., "El sublime objeto de la ideología", S XXI, México, 1992

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