lunes, 23 de noviembre de 2009

Aquellos rusos aporteñizados...

Estuve una semana debatiéndome entre comprar un libro o no con el resto que me quedaba de la tarjeta de crédito. El panorama era alentador, el saldo para gastar era de $ 50, todo por una cuestión de autocontrol que uso habitualmente y sin el cual estaría en bancarrota. Webeando me encontré con “Los amigos soviéticos” de Juan Terranova. Entonces, volviendo del laburo, me bajé en mi librería de costumbre de Rivadavia y Castro Barros y adquirí dicho producto (con sonido a fetichismo de la mercancía). La trama se centra en diálogos y situaciones entre Volodia, un inmigrante ruso de la última oleada, y su amigo argentino, quien narra la historia en primera persona. (Aclaro que tengo una particular intriga por esa marea de lituanos, ucranios y demás ex soviéticos que empezaron a llegar post caída del muro, recordando siempre a la primera ucraniana que me crucé en Buenos Aires, una moza de un restaurante de la zona de Microcentro). Los soviéticos de Terranova son tal cual uno los ve, pero también como uno los imagina en el trato.
Volodia, el protagonista extranjero de la novela, trabaja en un laboratorio en La Plata, pero vive en Congreso, frecuentando Avenida de Mayo, Sáenz Peña, Santiago del Estero y toda calle de las que uno se encuentra en la zona. Los lugares que se describen son familiares (hasta los nombres de los restaurantes chinos) y los comentarios del hombre de Europa del Este con su amigo argentino también. Las charlas van y vienen entre Perestroika y conflicto del campo, desde Yuri Gagarin hasta una cochera de la Avenida Rivadavia, sin dejar afuera a Ginobili, Nocioni y una banda de punk rusa símil de La Polla Records. Todo llega en bandeja y cada tema fluye sin perder una cadena de asociación que no deja de relacionarse cual cuentitas de un Rosario. Y así nos enteramos de que el subte E es el subte es el subte más soviético de todos, y que los bolcheviques argentinos son los más cocainómanos en su raza. Libro agradable, sensible y de rápida lectura, son doscientas paginas que se comen como una porción de fugazeta.